«A través del sistema de fronteras, el movimiento de las personas ha sido excepcionalizado y cosificado. Mientras miles de personas se ven forzadas a desplazarse por la violencia en sus diferentes formas: guerras, crisis económicas o las consecuencias del cambio climático, se ha establecido una restricción al movimiento de aquellas procedentes del Sur. Es el resultado de un régimen global de fronteras que dibuja e instala un mapa jerárquico del mundo basado en interdicciones, donde el derecho a la movilidad se otorga o se deniega en función del valor o del poder del pasaporte. Al mismo tiempo, un acto tan común desde un punto de vista histórico como moverse está sometido a leyes y regulaciones, es permitido o negado en función de la pertenencia, la adscripción a un lugar, determinando que las personas queden asimiladas a un espacio, todo ello en una época de globalización y, en teoría, libre circulación.








Cite Cite La frontera es una práctica que encierra a los jóvenes ‘harraga’ en Túnez y que tiene como consecuencia las muertes y las desapariciones en el Mediterráneo
Ante esta política de fronteras, de securitización de los territorios y prohibición de la movilidad de las personas del Sur global promovida y gestionada por la Unión Europea, el filósofo Achille Mbembe2; defiende “el derecho a la hospitalidad” y un sistema de fronteras abiertas entre los países de África. Una respuesta a la dinámica de la inmovilidad forzada que se extiende entre varios países del Magreb como consecuencia de la política de externalización de las fronteras de los países europeos. Marruecos, Túnez y Libia, mediante acuerdos con la Unión Europea y en colaboración con los países europeos, llevan a cabo la represión de las personas que proceden de otros países de África y que reclaman su derecho a desplazarse. La inmovilidad, las geografías del encierro, desde la denegación de los permisos para viajar a los sistemas tecnológicos de persecución en las fronteras y la privación de libertad en los centros de detención para inmigrantes, se han vuelto vías violentas para gobernar poblaciones, reforzando una jerarquía racial y económica con raíces en el pasado europeo colonial. Se instalan unas “prácticas de zonificación” –de lo que se desprende una complicidad inédita entre lo económico y lo biológico”3–, que imponen un régimen de seguridad, división y la creación de espacios sin derechos como las fronteras o las prácticas de la frontera. Fragmento del artículo : «No olvides mi nombre. Desaparecer en la frontera «Corina Tulbure y Wael Garnaoui»